lunes, 27 de junio de 2016

LEYENDA DE LA CAPILLA DE ÁNIMAS O DE SAN ONOFRE



El Convento Casa Grande de San Francisco de Sevilla era el más grande de la ciudad desde el año 1.268 en que fue construido. Abarcaba una enorme cantidad de terreno, comprendiendo la actual Plaza Nueva y delimitado por la calles Albareda, Carlos Cañal, Zaragoza y Joaquín Guichot. En el solar se alzaba la Iglesia, de grandes proporciones, diversas capillas (hasta cuarenta), varios claustros, biblioteca, hospital, botica, hospedería, cementerio, fuentes, jardines, cuadras y diversas construcciones auxiliares.

A lo largo de los años sufrió frecuentes riadas y graves incendios (años 1.527, 1.658 y 1.716), de los que se pudo sobreponer. Lo que ya no pudo soportar fue la ocupación francesa, en 1.810, que terminó con un nuevo y gravísimo incendio. La puntilla la puso, en 1.835, la desamortización de Mendizábal, que suprimió las órdenes religiosas y decretó el embargo de sus bienes, que acabaron dispersados, perdiéndose en gran parte.

Los edificios del Convento fueron derruidos en 1.840; en la actualidad sólo se conserva el Arquillo del Ayuntamiento, que constituía el acceso al atrio del Convento, y la Capillade San Onofre o de las Ánimas, fundada en 1.520, y cuya misión principal era la de propiciar que se oficiasen misas por las ánimas del purgatorio, que se encuentra en un lateral de la Plaza Nueva, junto a la calle Barcelona.

La leyenda comienza cuando un caballero llamado Juan de Torres, de noble familia (que tuvo un palacio en la calle Torres, a la que daba nombre, paralela a la calle Feria), tras haber vivido de forma desordenada y pecaminosa, quiso purgar dichos pecados entrando de lego en el convento de San Francisco. Dedicado a la penitencia y a los más humildes trabajos, de noche gustaba rezar en la Capilla de San Onofre.

La noche del dos de noviembre, festividad de las Ánimas Benditas, mientras se encontraba entregado a la oración, vio entrar un fraile de su misma orden, que pasaba a la sacristía y volvía a salir al poco rato, vestido como para oficiar la misa. El fraile depositaba el cáliz en el altar, miraba hacia los bancos, daba un gran suspiro y, recogiendo el cáliz sin haber dicho la misa, se volvía a la sacristía de la que salía poco después, ya sin revestir, cruzando la iglesia y desapareciendo.

El hecho se repitió las dos noches siguientes, por lo que el lego comprendió que algo extraño sucedía. Buscó consejo en el Prior del Convento, el cual, sin más explicaciones, le dijo:
- Si vuelve a ocurrir lo mismo, acércate al fraile y ofrécete a ayudarle en la misa.
A la noche siguiente, se repitió el suceso, por lo que el hermano lego se acercó al fraile y le preguntó:
-¿Quiere su paternidad que le ayude a la misa?

El fraile le contestó con las primeras palabras de la Santa Misa, sólo que en vez de decir"Introibo ad altare Dei, ad deum qui laetificat juventutem meam" ("Me acercaré al altar de Dios, el dios que alegra mi juventud") su voz se hizo más clara, para articular estas terribles palabras: "Introibo ad altare Dei, ad deum qui laetificat mortem meam" ("Me acercaré al altar de Dios, el dios que alegra mi muerte"). 

En este punto, el lego ya había comprendido que estaba frente a un aparecido, pero como había sido hombre de armas y conservaba su temple, continuó ayudando en la celebración de la misa al fantasma. Cuando terminó la celebración y el fraile se hubo despojado de sus ornamentos, se volvió al hermano lego y le dijo, hondamente emocionado:
-Gracias, hermano, por el gran favor que habéis hecho a mi alma. Yo era un fraile de este mismo convento, que por negligencia dejó de oficiar una misa de difuntos que me habían encargado, y habiéndome muerto sin cumplir aquella obligación, Dios me había condenado a permanecer en el purgatorio hasta que saldara mi deuda. Pero nadie hasta ahora me ha querido ayudar a decir la misa, aunque he estado viniendo a intentar hacerlo, durante todos los días de noviembre, cada año, por espacio de más de un siglo.

Y tras estas palabras el fraile desapareció para siempre.


martes, 21 de junio de 2016

EL LIBRO DE LOS MUERTOS



El Juicio de Osiris representado en el Papiro de Hunefer (ca. 1275 a. C.). 

Anubis, con cabeza de chacal, pesa el corazón del escriba Hunefer contra la pluma de la verdad en la balanza de Maat. Tot, con cabeza deibis, anota el resultado. 

Si su corazón es más ligero que la pluma, a Hunefer se le permite pasar a la otra vida. Si no es así, es devorado por la expectante criatura quimérica Ammyt, compuesta por partes de cocodrilo, león e hipopótamo. Imagenes como esta eran muy comunes en los libros de los muertos egipcios.


El Libro de los muertos es el nombre moderno de un texto funerario del Antiguo Egipto que se utilizó desde el comienzo del Imperio nuevo(hacia el 1550 a. C.) hasta el 50 a. C.

El nombre egipcio original para el texto, transliterado rw nw prt m hrw, es convencionalmente traducido por los egiptólogos como ‘Libro de la salida al día’,o ‘Libro de la emergencia a la luz’. El texto consistía en una serie de frases mágicas destinadas a ayudar a los difuntos a superar el juicio de Osiris, asistirlos en su viaje a través de la Duat, el inframundo, y viajar al Aaru, en la otra vida.

El Libro de los muertos era parte de una tradición de textos funerarios iniciada por los más antiguos Textos de las Pirámides y Textos de los sarcófagos, que se inscribían sobre muros de tumbas o en los ataúdes, y no sobre papiros.

Algunos de las frases  del Libro de los muertos fueron extraídas de estos textos antiguos y datan del III milenio a. C., mientras que otras fórmulas mágicas fueron compuestas más tarde en la historia egipcia y datan del Tercer período intermedio (siglos XI-VII a. C.).

Algunos de los capítulos que componían el libro se siguieron inscribiendo en paredes de tumbas y sarcófagos, tal y como habían sido los ritos desde su origen. El Libro de los muertos se introducía en el sarcófago o en la cámara sepulcral del fallecido.Wikipedia.


lunes, 6 de junio de 2016

ORIGEN DE LA SANTA AMUERTE






La Santa Muerte Tiene su origen en México, el culto actual se inicia en Cordoba, Veracruz. A mediados del siglo XIX, donde un chaman veracruzano tuvo una visita de la Santa Muerte mientras dormía, en su sueño la señora se le apareció sin darle miedo, sino mucha paz.

Se apareció con su forma de esqueleto descarnado, con una túnica como una virgen, en una de sus manos una herramienta de cultivo conocida como hoz de guadaña, que sirve para cortar el trigo.

La Santa Muerte le ordeno que el difundiera su culto en todo México y América pues las consideraba su patria, prometiendole ayudarlos y nunca desampararlos.

Sin embargo el culto a la muerte en México se ha tenido desde antes de la llegada de los españoles. Mictlantecuhtli era el señor de la muerte mientras que Mictlancihuatl era la diosa de la muerte, vivían en el lugar de los muertos o el llamado Mictlan, a estos dioses se les daban ofrendas como pan, maíz y flores, lo que se conserva en el culto hasta nuestros días. 

Las almas de los muertos aztecas recorrían peligros acompañados de un perrito Xoloezcuintle que era sacrificado el día de su muerte y ayudaba a las almas a recorrer caminos peligrosos donde habitaba un cocodrilo llamado Xochitonal, el descanso final se tenia al llegar por fin al Mictlan, los dioses del Mictlan señores de la muerte y la obscuridad, tenían su templo en la gram Tenochtitlan y se llamaba el Tlaxico que en los Tzompantlis que eran hileras de cráneos en unos palos largos normalmente de los enemigos vencidos, también había Tzompantlis de piedra tallada como los que existen en el templo mayor en la ciudad de México y que dan fe que en México desde la fundación de la gran Tenochtitlan hoy ciudad de México.